viernes, 21 de enero de 2011

A Betsa le gustaba mucho el pan con leche...

http://www.milenio.com/node/620510


La indignación no cesa en este país de caernos del cielo, impunidad, corrupción, son términos con los que hemos aprendido a vivir.
Nos irritamos con el sistema, denunciamos públicamente lo ineficiente que es, sin embargo, en este movimiento olvidamos casi instantáneamente que todos los sistemas son productos humanos.
Pareciera que pretendemos hacer una limpia, ignorando que ni las de catemaco podrían rescatarnos de nuestras putrefactas entrañas.
¿Cómo reparar una cultura corrupta?,esa debiera ser la cuestión más apremiante. No pongamos nuestros ojos en los gobernantes, en los altos ejecutivos, que lo que estos hacen no es sino reproducir (de forma más visible) lo que el mexicano en términos generales realiza de forma cotidiana.
Cualquier coto de poder nos sirve para comernos al más chico, desde la mujer que comercia los transvales, hasta el viene viene auto denominado dueño de las calles. La dinámica se reproduce en el núcleo familiar dónde arbitrariamente asignamos roles de esclavo y amo entre nuestros hijos e hijas.
Entumecidos frente a la violencia, nos indignan los números, cómo si un muerto no fuera razón suficiente para condolernos, para que nuestra pena salga a que le de el sol, más de treinta mil es un motivo, Josafat, Betsa, son nadies, ningunas.
Bombardeados por imágenes violentas en los periódicos amarillistas, que circulan con la misma seriedad que donde escribiera el más preparado de los columnistas, aprendimos a mirar la violencia con menos asombro, la hicimos parte nuestra. Un atropellado en primera plana, algún suicida que se lanzó del puente y la sangre paulatinamente dejaba de horrorizarnos.
Pareciera un entrenamiento cuidadosamente fraguado, para que los muertos y las muertes fueran cada vez una cosa con menos impacto.
Y así fue que un país bañado en sangre, seguimos tan alarmados por las elecciones, los pleitos de lavadero entre nuestros partidos políticos, hasta por saber si kalimba será o no culpable de violación.
Comentamos en forma casi de consolación que todo esto es culpa de la guerra contra el narco, sin embargo, ésta ha funcionado más como una ventana, a través de la cual podemos mirar la frigidez con la que el mexicano observa la muerte, la tortura, la tristeza.
Es ésta indiferencia, que le permite dormir tranquilo por las noches y seguir mirando por la tarde la rosa de Guadalupe, seguir justificando su pasividad a través de las demandas (que además se limitan a pláticas de café) que realiza a su gobierno, seguir esperando a que las muertes sean números gruesos, para entonces cambiar su imagen en twitter o facebook.
Esto termina como comienza, la indignación en este país no deja de caernos del cielo.

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